lunes, 7 de noviembre de 2011

Andréu Ximenez

En 1654, dos galeones naufragaron frente a las costas de Cadaqués y el Cap de Creus en la Costa Brava de Catalunya. Las naves que habían partido de Cádiz, transportaban valiosas cargas compuestas de lingotes de plata, monedas, joyas y piedras preciosas.
La noticia del hundimiento corrió rápidamente entre los vecinos de la zona que no tardaron en acudir con todos los medios a su alcance para extraer cuanto de valor pudiesen. Juan José de Austria y el virrey de Catalunya tomaron cartas en el asunto, nombrando al letrado Antonio Pastor de Costas para detener de inmediato el expolio. Se logró recuperar una mínima parte del tesoro sustraído, aunque la mayor parte permanecía aún en el fondo del mar.
Antonio Pastor encargó a un mecánico de Barcelona llamado Andréu Ximenez la construcción de una campana con la que pensaba recuperar el resto de la valiosa carga.
Campana de Andréu Ximenez
La campana, hecha de madera y reforzada con aros de hierro medía unos cuatro metros de altura por tres de anchura. Unas bolas de hierro servían de lastre para mantener la verticalidad de la campana.
Lo más curioso de esta campana o Máquina de ir bajo el mar era su sistema de movilidad, consistente en un pórtico de madera  apoyado sobre dos laúdes o barcazas y unidas éstas entre sí para navegar en paralelo. Del centro del pórtico colgaba la campana la cual se hacía subir o bajar mediante una cuerda, dos poleas y un torno.
Todo el equipo se utilizó con éxito durante algún tiempo, recuperando parte del tesoro, hasta que Cadaqués fue tomada por los franceses, apoderándose de la máquina y continuando ellos naturalmente con la extracción. Para ello se valieron de dos esclavos norteafricanos los cuales realizaban inmersiones de cerca de dos horas. En el interior de la campana había un banco de madera donde los buzos descansaban de manera alternada, hasta que uno de los dos tocaba una campanilla para avisar que tenían que ser izados a la superficie para renovar el aire. 
El salario que percibían los dos buzos era el de una mordida diaria, es decir todas las piastras de plata que les cupiesen dentro de la boca.
En la revista Le Journal des Sçavants se publicó la historia en 1677 narrada por el médico francés Panthot.

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